Los otros pobres

PALABRAS

Por Diego Martínez

Es la Universidad de Salamanca. Por el año de 1904. Castilla, España. Donde sólo se hablaba y se sigue hablando, español. Sí, puro español. Aquí, en la “Banda Oriental”, durante esos días una bala entraba en el alma del caudillo blanco Aparicio Saravia haciéndolo héroe para siempre. La guerra civil terminará y la amnistía abrazará a todos. Uruguay hecho con tanta sangre, dolor y sueños, en su siglo anterior, ahora clamaría porvenir. Estaba pronto un señor José Batlle y Ordóñez. Se encargó de hacerlo, un país modelo.

Salamanca de nuevo. El rector de la Universidad, don Miguel de Unamuno, llega jornada tras jornada para sus tareas. Es temprano y en la mano vacía del mendigo que clama por una limosna, deja, aunque pequeña moneda, la suya. Gracias don Miguel. Hasta que una mañana, entre apuros y malhumores, el rector avanzó sin contemplaciones hasta el patio de la entrada. Ese día no vio el brazo extendido. Más adelante en su recorrido, pocos pasos antes de ingresar, sintió que una mano le tocó apenas el hombro derecho.

– ¿Qué pasa?, preguntó don Miguel, luego de girar sorprendido.

– Desde hoy búsquese otro pobre, se escuchó.

Luego, más nada. Nada más había para agregar.

Ese mendigo de Unamuno sigue interpelando, un siglo después, a este Uruguay que transcurre los días también distraído con sus pobres. Contarlos, sumarlos o restarlos, compararlos, como se hace desde hace años por oficinas técnicas y por interlocutores políticos de todos los partidos, es estadística. Que normalmente termina en discusiones ideológicas, pero no en decisiones de Estado que terminen con el problema que mayor indignidad escupe sobre la sociedad uruguaya.

 Me pregunto si esos encriptados lenguajes estadísticos, “los quintiles, los percentiles, las NBI…”, por mencionar algunos, expresan con rotundidad cuando se habla de “los de abajo”, término que alienta escuchar por estos días, de parte de algún interlocutor partidario. Es que con esos “de abajo”, anónimos, que como decía Brito del Pino al avanzar don Frutos Rivera hacia el Rincón de las Gallinas en setiembre de 1825, “caían yertos” por el frío, esos que acompañaron al General Aparicio Saravia sangrando en 1904, aquellos ancianos, locos, tristes, solos, presos, abandonados, enfermos, olvidados, que jamás tendrán su nombre en una calle. O en un formulario estadístico.  

¿Qué quiero decir a través de estas imágenes? Que no existe una pobreza única. Una pobreza modelo, de texto.

La filosofía, que tanto sigue explicándonos aún sin app, enseña al respecto que no es lo mismo una persona pobre que una pobre persona. Lo material y lo moral en juego. Por su parte Batlle y Ordóñez optaba por hablar no de pobres sino de “desamparados”.

Hoy, ella es tal en cuanto cobre trascendencia para el proyecto de vida de cada persona. Carecer de saneamiento es indicador de pobreza en alguna situación. Sin embargo, contar con dicho servicio pero no con transporte para llegar hasta un centro de estudios superior, es una condena a no salir de la pobreza. ¿Está ello medido en los trabajos internacionales sobre pobreza?  

El cada día en nuestro país, hace que escuchemos una suerte de torneo entre pobres que había en cierto momento y los que hay o no hay ahora. Pues lo que importa es los pobres que ya no habrá en el futuro.

Si hoy miles de niños siguen naciendo en hogares pobres, un paso a dar es que no siga ocurriendo. Hay que abordar el fenómeno en su etapa gestacional e inicial.

Busquemos ese otro pobre. El que no vio Unamuno agobiado por sus quehaceres, pero que cada mañana aguarda por nosotros.