Jorge Pacheco Areco, lo que hay que saber olvidar

ANÉCDOTA

Tarde cálida de diciembre en 1984. Sonó el teléfono. Tres, cuatro, cinco veces. Atendió Ema. Con su amabilidad de siempre preguntó quién era y qué deseaba. Del otro lado no se identificaron, pero sí le dijeron que el ex presidente Jorge Pacheco Areco quería visitar a su hermano, Beto.

Era la casa de los Abdala, de Alberto, “Beto” Abdala, ex vicepresidente de la república, durante la presidencia de Pacheco Areco entre fines de 1967 y marzo de 1972.

Habían disentido en algunos temas y ambos creían que estaban peleados. Pero los años habían pasado y las bendiciones del tiempo habían hecho de las suyas.

– Decile que venga mañana de tardecita a tomar un whisky, dijo Beto a su hermana.

Así se trasmitió.

Al día siguiente, sobre las 19 horas, sonó el timbre en lo de Abdala. Ema salió hacia la puerta pero una voz le detuvo. Su hermano Beto dijo que él abriría la puerta. Lo hizo.

De golpe, ante él, un Jorge Pacheco Areco esplendoroso, veterano, firme, le miraba como si toda la historia batllista se pusiera de testigo ante ese encuentro de grandes, aunque tal vez ya dispuestos a reivindicar lo más valioso de lo pequeño.

– ¿Por qué era que nos habíamos peleado?, preguntó Pacheco.

Nada más hubo luego. Sólo la historia, inclinada, reverente, sola. Hecha de memoria y también de olvidos. De gestos. De verbos nuevos, parir. Eso. Parir un país nuevo.